Rebelión en la granja no era un manual
- Valeria Provenzano
- 16 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Mi generación defiende bárbaramente las diferencias. Exige comprensión por las minorías, denuncia las fallas del sistema, lucha por los derechos humanos y se aflige cuando explotan bombas. En ocasiones, sin querer, mi generación no es más que el espejo de lo que rechaza. Lo es cuando valida unos derechos por encima de otros. Cuando se aflige con algunas explosiones e ignora otras. Cuando denuncia las fallas que la afectan y aplaude las que oprimen a otros. Lo hace cuando actúa como los vencedores usuales: con la mayor de las antipatías ante el sufrimiento y la necesidad del otro.
Mi generación es la soberbia. Se declara superior por exigir en nombre de los desventajados y por representar lo opuesto a lo tradicional adversando conceptos comunes y refutando leyes universales, mientras cruza la delgada línea que divide la reivindicación de la venganza. Saca las piedras de un lado de la balanza y las pone en el otro, como si tantos años de atropello no nos hubieran enseñado que el problema no es de qué lado estén el poder o la razón, sino precisamente la defensa de la parcialidad lo que nos corroe.
Mi generación se pone la camiseta del sectarismo para apuntar unas tendencias políticas, y una venda en los ojos cuando se muestran las costuras de sus prácticas. Mi generación exige libertad de culto, pero se regocija cuando mira la destrucción de otros cultos. Mi generación quiere mujeres libres, excepto cuando la mujer elige ser conservadora. Mi generación defiende que todos nos expresemos, pero condena las expresiones que no le gustan.
Mi generación se convirtió en el reflejo y no en la diferencia. No encontró la paz que buscó porque la pretendió con las mismas armas. No se equilibró, porque no se autocriticó. Quiso tanto ser el otro extremo que lo logró, y ahora tenemos un extremo más al mando. Mi generación es una punta de la herradura: forma parte del mismo aparato y está muy cerca de tocar a su contrario.
Mi generación fracasó. Quiso ser distinta a la de mis padres, cruzó la calle y comenzó a lanzar piedras desde la otra acera. Mi generación encontró en la utopía un camino y en la distopía un manual. El mundo cambió de tiranos y una vez más los grises, lo que no hacemos ruido, los que no queremos guerras, los que sólo queremos silencio y que no nos jodan, estamos en el medio, sin las cadenas de los déspotas tradicionales, pero ahogados en el barro de los neo arbitrarios.

Que bella.. me escanta tu forma de escribir.